Cultura Política

El liberalismo es izquierda

Por Manuel De La Cruz

Desde una perspectiva politológica, la izquierda agrupa a los movimientos que abogan en origen por una configuración social horizontal. Sea por la igualdad jurídica liberal, o la igualdad económica socialista.

Jacobinos, liberales, y en cierto modo algunos focos anarquistas, conformaron las primeras izquierdas de Europa. El pensamiento socialista es heredero directo del liberalismo, sus primeros autores reivindicaron el leitmotiv liberal de una sociedad de hombres libres e iguales, junto a la introducción de reformas económicas que asegurasen esta igualdad también en términos reales, es decir, en la esfera económica.

El socialista originario lejos de entrar en contradicciones con las categorías liberales, se consideró un científico político capaz de materializar la libertad entre iguales. Esa acepción relativa de la libertad, más o menos atomizada y en arreglo a la convención general (o todos somos igualmente libres o nadie lo es) derivó en la radicalización marxista y post-marxista de aquellos liberales que deciden abrazar las banderas de la comuna.

Nótese que la libertad liberal, o moderna, contradice la libertad de los antiguos o clásica.

En tiempos clásicos, una sociedad libre era aquella donde sus integrantes podían configurar un orden al cuál someterse para conseguir la felicidad pública. La no dominación de un ente externo, caracterizó a las Polis libres, que alentaban a sus ciudadanos a la toma de las armas cada vez que un imperio foráneo intentase esclavizarlos. La dicotomía libre-esclavo definía de manera diáfana el quid del asunto.

La libertad antigua, que es pública, no considera a los hombres iguales entre sí. Por lo que según los roles que asuman en el orden político, y sus capacidades, adquirían potestades u obligaciones diferentes. De allí que se hable de privilegios, legislaturas privadas, que designan grados desiguales de libertad.

La nobleza feudal, por ejemplo, establece títulos hereditarios en función de los méritos y servicios (inicialmente militares) que un clan familiar ejecuta para el reino. El marqués, responsable de una marca fronteriza, hito territorial de importancia estratégica, evidentemente contaba con privilegios dadas las obligaciones extraordinarias que su título exigía. Noblesse oblige.

Para los liberales, quiénes consideran a todos los hombres iguales, la libertad ha de gozarse en términos también igualitarios. Nadie debería, gozar de mayor o menores libertades con respecto a sus conciudadanos.

Contradictoriamente, buscando abolir la distinción jerárquica de grados de libertad, defienden el discurso no de la Libertad como unidad, sino de libertades; es decir, cualidades o prerrogativas de las cuáles todos gozamos por pertenecer al género humano.

De modo que, la diáfana distinción entre ser libre o ser esclavo, se va diluyendo en nimiedades jurídicas de precepto inferior como la libertad de pensamiento, la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de movimiento, la libertad de contraer nupcias con personas del mismo sexo, la libertad de pensar que el sexo es un construcción social, la libertad de abortar… y así, hasta desplazar con un mare magnum de libertades, exigencias y garantías el hecho fundamental de la libertad: libre es solo aquél que no es esclavo.

Resulta lógico, que las aulas liberales formaran castas de políticos que ante la imposibilidad biológica de ser absolutamente libres se conformaran con la prerrogativa de al menos lograr la igualdad, así sea en esclavitud.

Por lo que el Estado fue pasando de ser un enemigo al que abolir, al de un mal necesario e instrumento para la nivelación igualitaria. Los socialistas, en cierto sentido, siguen siendo bastante liberales. Pretenden despojarnos de las desigualdades a través de un orden económico esclavista transitorio que, tras la demolición de las estructuras tradicionales de la religión, la familia, la patria y la propiedad, consigan un hombre nuevo lo suficientemente homogeneizado como para poder gozar de la libertad plena.

Desde luego, un liberal contemporáneo negaría tal genealogía ideológica, escudándose quizás, en categorías novedosas como el libertarismo. E incluso, sus adversarios socialistas, aquellos que consideran la libertad liberal insuficiente, se indignarían.

Ambos son, después de todo, herederos de las principales revoluciones jacobinas y burguesas que azotaron Europa tras el advenimiento del racionalismo. Más que económico, su mutuo abolengo es de orden teológico: son los profetas de la Diosa razón, y su lucha contra la superstición tradicional.

Son estos caballeros racionales, organizados en logias, quiénes proclamándose amantes del género humano más daño le han hecho en el mundo de las ideas. En palabras de Laureano Vallenilla Lanz «Los adoradores de la diosa Razón, han sido los hombres menos razonables del mundo entero; los amigos del pueblo han sido los que con más abundancia han derramado su sangre y lo han arrastrado al crimen y a la miseria».

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