Vivir es dominar


Por Manuel De La Cruz

Vivir es dominar, esa es la principal enseñanza que lega cualquier estudio crítico de la historia occidental. Guiados por sentimientos religiosos, podemos anhelar un mundo ético manso cónsono con la revelación teológica, empero, naufragaremos en este mundo principado del demonio.

Los variopintos discursos de los histriones demócratas buscan inducir una concepción utilitaria del poder. Con sus coloridas campañas conducen al elector al ardid de creer en quiénes «ven al poder como un medio», o peor aún, en esas almas piadosas que estando en política no desean gobernar.

Vivir es dominar, es decir, enseñorearse. La economía de mercado, que hasta la fecha se ha probado como la más capacitada generadora de riqueza, basa su desarrollo en la competencia desmesurada por el dominio comercial. Funciona, porque se asemeja a la naturaleza humana.

Del mismo modo, el hombre desde que nace busca asaltar los cielos que le permitan su entendimiento. Traza su rumbo vital con la conquista como motor de sus latidos. He aquí la voluntad de poder, como pulsión innata; cauce del torrente histórico.

Platón quizá anunció en un lenguaje hermético la esencia mundana que sus ideas adversaron. El ateniense esconde entre sus diálogos ideas peligrosamente vitales que se esfuerza en negar y dar por derrotadas. No obstante, tras leer su Politeia, soy de los que piensa que Trasímaco tenía razón: justicia es la ley del más fuerte.

Los argumentos socráticos sobre la existencia del Tártaro y el juicio de Minos, Radamantis y Éaco; resultan incapaces para calmar las apetencias de poder. La promesa del fuego eterno no disuade a los ánimos escépticos de lo ultraterreno.

Hay un concepto también griego que Meinecke revitaliza en el siglo XX. Es pleonexia, la codicia desmesurada y demoniaca por el poder. Una perversión psíquica y teológica que anula la capacidad virtuosa del hombre y le convierte en bestia de carga, cuyo vigor está reservado para enseñorearse a costa del orbe entero.

Los autoproclamados analistas políticos venezolanos, jauría de ácaros digitales, erran al ignorar la plaga de pleonexia que consumió al país durante décadas, omiten que más allá de los lemas y las pancartas, de los cretinos elocuentes y el mobiliario organizacional, dado el fetiche por mesas que tiene nuestra casta política; existen facciones amorales dispuestas a todo con tal de cosechar huertos de oro.

Voceros como Leopoldo López, Maria Corina Machado, Henrique Capriles, Diosdado Cabello, o Nicolás Maduro, cumplen con su papel en el gran teatro no por la conquista, sino por la manutención del poder. Proceden de diversos estratos y logias. Entre mantuanos, militares, ñángaras, académicos y banqueros se coció un nefasto engrudo sólido que tiene como nexo común el apetito desmedido. Esta castiza y casposa casta política encontró en los sátrapas foráneos la fórmula idónea para saciar sus apetencias.

Venezuela es hoy el hito geopolítico más relevante de occidente, aunque los venezolanos ni se percaten de ello. Dada su situación geográfica y riquezas naturales, los Estados con afán de hegemón vislumbran influir al mundo hispano con heraldos permanentes en Caracas. El bloque euroasiático comandado por el eje Moscú – Beijín lo consiguió, y por ello hoy cubren más países bajo su órbita, comprados con las valijas diplomáticas que se desbordan por Maiquetía. Los manjares orientales y el modus vivendi estrafalariamente lujoso de la nomenklatura venezolana son costeados por las almas esclavizadas de quiénes habitan esta tierra desgracia.

Los intocables miembros de la casta política, los sociópatas que entremezclan sus familias en medio de delirios medievalistas pero chabacanos,  reptan en jaulas doradas a cambio de exportar la Orinoquia un pedazo a la vez. El marquesado socialista y socialité solo se moverá para preservar el saqueo. Solo eso importa.

Por lo tanto, hay que deshumanizarlos. Son seres que sucumbieron a la rapiña, y no contentos con el robo del país, invitaron a secuaces extranjeros para aumentar la apuesta. Son, en el mejor de los casos, demonios que transmutan al otrora paraíso terrenal que describió Colón, en el mar de tribulaciones del que muchos escapamos.

Ante la pleonexia de tan temibles facciones no basta con tener razón. Los episodios revolucionarios de la historia, finalizan de golpe y porrazo cuando una nueva élite decide reemplazar al directorio. Necesitamos, si en verdad buscamos salvar a Venezuela, que surja esa élite de valientes capaz de arrasar con los espectros.

Advierto, no obstante, que esto no es una declaración de deseos ni una parábola con moraleja. La clase política que tenga por tarea remover al establishment chavista, lo hará también guiada por una ardorosa voluntad de poder, de dominar, de enseñorearse.

Estos tiranicidas, recorrerán los senderos de la lucha y escalarán las olímpicas alturas recurriendo de ser necesario también a la mentira y al asesinato. Combatirán tanto a los demonios, que correrán el riesgo de reemplazarlos.

¿Por qué entonces, usando los mismos métodos y al mando de los mismos hombres, la historia juzga de forma tan disímil al pulpero Bóves y al catire Páez?

Porque la cura de la pleonexia, es una adicción aún más difícil de superar, diría que imposible: la sed de gloria.

Las patrias se salvan por el sacrificio de sus héroes. Un héroe es aquel hombre tan codicioso, que no conforme con la riqueza temporal, niega a todo bienestar inmediato en pos de la inmortalidad de los libros y las estatuas.

Por ende, para salvar a la República, necesitamos de la conjura de seres excepcionales, de ambición sobrenatural, capaz de fijar sus ojos en la corona de laurel. Que quieran, por qué no, enseñorearse y constituir la clase patricia de este siglo. ¿Tras la caída de la tiranía, vendrá una autocracia ordenadora? ¿Una dictadura próspera? ¿Una república clásica? No lo sé, para mí bastaría con que pagasen quiénes tienen que pagar.

Hemos esperado demasiado de los humildes, es hora de ser afanosos y tocar el clarín de la guerra total. Para ganar, debemos estar dispuestos a vivir y dominar. Como enseñó Maquiavelo: «la patria se debe defender siempre, con ignominia o con gloria, y de cualquier manera estará defendida».


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