¿Cada pueblo tiene el gobierno que se merece?


Por Manuel De La Cruz

Toda nación tiene el gobierno que se merece significa por lo general, que los vicios y las virtudes inherentes a los gobernantes de turno tienen orígen o son reflejo de la sociedad a la cuál pertenecen.

El autor de la conocida oración es Joseph de Maistre, un jurista, filósofo y diplomático nacido en la ciudad de Chambéry (Francia actual) cuando aún pertenecía al antiguo ducado de Saboya en el año 1753, quien tuvo la oportunidad de analizar de primera mano los acontecimientos que desencadenaron la Revolución Francesa.

De Maistre apoyó inicialmente las propuestas de los magistrados ilustrados en Francia, quiénes buscaban realizar reformas al antiguo régimen, sin embargo, cambió de parecer en los albores de la revolución francesa al percatarse de la naturaleza fanática e igualitaria de sus líderes.

Emigró de su ciudad natal cuando esta fue tomada por tropas revolucionarias en 1792 y desde entonces se dedicó a la defensa de la monarquía consagrándose como un exponente del tradicionalismo.

Su postura estuvo definida por el binomio trono y altar. Sostuvo que toda autoridad fruto de la razón irremediablemente desembocaría en el caos, debido a que los gobiernos carentes de un respaldo sobrenatural se exponían a ser desafiados por cualquier ser pensante. Al carecer de una jerarquía inspirada por lo divino, los gobernantes ilustrados se ganaban el irrespeto de las masas, el cuál evitaban mediante el terror.

Para mantener el orden y por lo tanto la paz, De Maistre proponía la restauración del absolutismo como una salida práctica al problema de legitimidad: mientras las repúblicas eran víctimas de convulsas luchas intestinas por el poder, las monarquías gozaban de estabilidad gracias a su sistema de sucesión.
¿Por qué toda nación tiene el gobierno que se merece?

Según el autor original de la frase, Dios otorga el derecho divino al hombre para que pueda gobernarse rectamente a través de la autoridad legítima (trono) y es responsable de conservarla (auxiliado por el altar como rector moral) o de renunciar a ella asumiendo las terribles consecuencias que conlleva tal elección. Cualquier intento de contradecir el orden natural resultaría en el surgimiento de regímenes ilegítimos caracterizados por el desorden y la perversión. De modo que los vicios en el gobierno son responsabilidad de la sociedad, que no supo o no quiso regirse por la autoridad legítima.

Dos siglos después consideramos que monarquía y república son formas de gobiernos que pueden ser o no convenientes según el contexto y especificidades de la población que las adopte, por lo que carecen de una carga moral absoluta: ninguna es buena o mala. Por lo tanto, suponemos hay otra forma de explicar porqué toda nación tiene el gobierno que se merece.

Todo gobierno es el principal reflejo del país

Otra de las frases comunes en el breviario de los analistas de oficio es la universidad es el reflejo del país o cualquiera de sus distintas variaciones. Es curioso que la ciudadanía en general se considere reflejada a través del accionar de las más variopintas entidades, pudiendo ser prominentes como una universidad o congregación religiosa, hasta insignificantes como una junta de condominio.

No obstante, muchos son los que evitan ver semejanzas entre ellos mismos y los gobernantes de turno. ¿Por qué? ¿Acaso no se sienten lo suficientemente viciados como para parecerse a sus funcionarios? Realmente el gobierno es el reflejo del país.

Salvo contadas excepciones, dentro del paradigma Estado-nación los gobernantes y gobernados comparten un mismo origen. Además poseen como principal vínculo su nacionalidad, por lo que tienen en común tanto su imaginario colectivo como sistema de creencias. Hablan el mismo lenguaje y son afectados de igual modo por las condiciones geográficas.

Eso significa que los vicios de quienes gobiernan lejos de haberse formado en las cúspides del Estado, llevaban años macerándose en la cotidianidad. Nos guste o no desde una perspectiva social, nuestros gobiernos se parecen a nosotros.
También los gobernados son corruptos

A menudo los medios de comunicación hacen eco de los escándalos de corrupción en nuestros países, pero omiten que estos deslices obtienen su relevancia por su pertenencia a la esfera pública, pudiéndonos encontrar con iguales o peores muestras de corrupción en la esfera privada. No queremos convertirnos en apologistas del corrupto, todo lo contrario, señalamos que la única vía para acabar con este mal, es asimilar que un gobierno es tan corrupto como lo sea su sociedad. Por lo tanto, los vicios y abusos del mando son el barómetro con que se mide la decadencia moral de una nación.

La corrupción va más allá de la malversación de los fondos públicos, su significado clásico y etimológico se refiere a la destrucción colectiva de los valores y principios que permiten el orden. Está dotado de un sentido estrictamente ético. Las sociedades tienen diferentes grados de permisividad con respecto a la corrupción.

Por ejemplo, mientras hay naciones cuyos ministros comenten suicidio al verse envueltos en casos de malversación de fondos, hay otras donde los pobladores piden y hasta exigen a sus funcionarios ayudas económicas y toda clase de favores, los cuáles no tardan en ser ofrecidos durante las campañas electorales.
La regeneración empieza por nosotros mismos

Es incoherente exigir lo que no podemos cumplir, por lo que el primer paso para mejorar nuestra sociedad, y por ende nuestro gobierno, está en cambiar nuestra conducta. Se educa con el ejemplo.
¿No será que convivimos más de lo que creemos con corruptos?

Retomando el tema principal, cada nación tiene el gobierno que se le parece, pues más allá de asuntos estructurales como la toma de decisiones, las principales magistraturas proyectan el estado ético del cuerpo social. Si el reflejo proyectado por el espejo es deplorable, la solución no es un simple cambio de espejo, sino la transformación de quién se observe de cara al mismo.

Dicho de otro modo, no importa cuántas veces cambiemos de gobierno, obtendremos los mismos resultados si primero no nos elevamos a través de la práctica de las virtudes, o al menos nos exigimos una mayor rectitud a nivel ético.

Dice el dicho que Dios está en los detalles, por lo que sería iluso esperar que surjan estadistas decentes y competentes en una nación cuyos habitantes se comportan como jauría de bestias al abordar un transporte público, o que malgastan su capital en banalidades en lugar de educación

No cabe duda que podrían surgir espíritus excepcionales, inclinados a brindar armonía entre tanto caos, pero los esfuerzos para convertirse en timón de la sociedad tendrían que ser sobrehumanos para no terminar siendo arrasados por las oleadas de barbarie y corrupción.

¿Y si no me merezco este gobierno?

Si estás en desacuerdo con el modo en que procede el gobierno de tu país, no pierdas el tiempo filosofando sobre si tus conciudadanos se merecen sufrir las penurias de un presidente mediocre. Mejor pregúntate si la actitud de los gobernantes corruptos se parece a la mayoría de los electores.

Pensar de este modo podría sorprenderte, pues quizás un cambio de gobierno no sería suficiente para aliviar los males, también sería necesaria la regeneración de la sociedad.

Al respecto, el sociólogo venezolano Laureano Vallenilla Lanz dictó con total acierto: «todo pueblo tiene, no el Gobierno que se merece sino el sistema de Gobierno que él mismo produce de acuerdo con su idiosincrasia y con su grado de cultura».


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