A Vasco


Por Manuel De La Cruz

Luego de tantos años recorriendo América, luchando por tus ideales, ¿por qué decidiste volver a Venezuela? Para combatir al comunismo.

Así me contestó Vasco Manuel Da Costa Corales, quien será un nombre ineludible cuando las generaciones por venir indaguen sobre cómo se reconquistó Venezuela. Su estela luminosa se asemejó en muchos aspectos al sabio guerrero que, en las antiguas épicas señalaba el camino al tiempo que era de los primeros en orden de batalla.

De haber conocido a Vasco, Tolkien habría hecho a su Gandalf un amante del café, la historia hispana y la buena música. La diferencia es que los orcos y trasgos que combatió Vasco Da Costa son reales. En sus carnes sufrió la violencia y torturas de quiénes al creerse sin Dios, no reconocen ninguna noción de dignidad humana.

Hay seres excepcionales, que parecen ser destinados a cambiar su mundo. Vasco era uno de esos genios que dotado de una voluntad irreductible, defendió sus cristianos principios hasta el último suspiro. La clase política venezolana jamás le perdonó una rarísima virtud casi inexistente en este mundo moderno: la coherencia.

Vasco fue coherente, y a través de su apostolado político, instruyó sobre nacionalismo católico hasta entregarse él mismo al martirio.

Quiénes le conocimos, podemos atestiguar su profundo patriotismo. Amó a Venezuela con la misma entrega con que siempre protegió y ayudó a sus amigos. Sus estancias en las mazmorras de la tiranía, y las cartas que envió desde esos pequeños infiernos, nos hacían reflexionar sobre la justicia de nuestra causa. Estamos en el bando de la verdad, y cada ataque del enemigo rojo nos lo recuerda.

Cuando partió, confieso que me hallé muy afectado. Pensé que con él, morían las esperanzas de una Venezuela libre: se nos iba el arquitecto de cientos de planes para derrocar la barbarie. ¿Cómo lograríamos la transición sin el hombre más pertinente para ello?

Una tarde de cafés en una panadería del Paraíso, Vasco atisbó algunas dudas que tenía de orden espiritual. Tras algunos argumentos teológicos propios de su sapiencia cuasi monacal, señaló la Iglesia de La Coromoto y espetó “da igual lo que diga, allí cada día en cada misa pasa un milagro”.

Su cruzada, porque él fue el cruzado de nuestro tiempo, la hizo en nombre de ideales que son eternos y que van más allá de este mundo perenne. La muerte solo un trance, un cambio de trinchera en esta guerra espiritual entre la luz divina y las tinieblas. Sus embates, espada en mano, tienen eco en la voluntad de los cientos de cruzados que reclutó e inspiró.

Jesucristo enseñó que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). Así la ofrenda de Vasco, no fue en vano. Y tal como él mismo solía parafrasear a Tertuliano, si la sangre de los mártires es la semilla de nuevos cristianos; estoy seguro que su sacrificio es la semilla de nuevos nacionalistas que con la cruz y la espada salvarán a Venezuela.


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